“Siento frío
porque llora mi alma”.
Otra vez dejo caer la pluma con desasosiego.
“Que mi alma inunde
tus cabellos, tu nombre”.
Y vuelven a derramarse, temblorosos, fragmentos de versos por el mar del olvido: la papelera de mi cuarto.
Cada noche intento designar con palabras escuetas y extravagantes lo que siento, esa extrañeza que mi cuerpo desgarrador quiere mostrar al universo; esa impotencia que hace a mi mano conmoverse, pero que luego desarma ante la ausencia de valentía, y me considero inútil, porque no puedo convertir mi desdicha, o mis impulsos de pasión, que desbordan por todos los rincones de este pequeño cuerpecito… no los puedo convertir en lo que tanto admiro: en poesía.
Desprecio lo que escribo, apenas un conjunto de sílabas que riman, pura palabrería.
Sueños hechos ceniza, que dejo que vuelen… y que no vuelvo a sentir, por mi estupidez de alejarlos de mí. ¿Y si dejo que sea mi imaginación la que salga a volar? Que se pasee por todos los senderos de cada cosa estipulada y se burle de esa sociedad maldita, con sus normas escritas por delinqüentes de vidas.
Lanzo un suspiro.
(Silencio).
“Arrastré sueños compartidos
con la muchedumbre.
Y al girarme, siento miedo,
Porque me encuentro a mí mismo.
Que mi alma inunde
De suspiros, tus cabellos,
Tanta desordenada melancolía.
Y siento frío
Porque cada noche tengo
Un encuentro contigo.
Esas noches frías.
Sólo un nombre: poesía”
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